Renací en la Sombras de las DROGAS
Nací en Navojoa, Sonora, en un hogar donde las reglas eran rígidas y el miedo dominaba cada rincón. Desde pequeño, sentí la presión de un padre estricto, cuya mano pesada dejaba cicatrices no solo en el cuerpo, sino también en el alma. A los nueve años, cansado de sufrir, decidí escapar. Hui de un hogar donde el amor parecía eclipsado por el dolor. Aunque mi madre era noble y cariñosa, su bondad no podía contrarrestar la dureza de mi padre.
Así comenzó mi vida errante. Me convertí en parte de una pandilla de niños que, como yo, buscaban refugio. Dormíamos en patios ajenos y estaciones de autobuses, siempre en busca de un lugar donde el frío de la noche no nos calara los huesos. Para sobrevivir, empecé a trabajar en comercios, barriendo y haciendo mandados, mientras caía en el oscuro mundo de los solventes y el resitol. Aunque mi madre nunca dejó de buscarme, mi orgullo y mi miedo me impidieron volver.
Con el paso del tiempo, fui vagando de casa en casa. En cada lugar, encontré familias que me acogieron y me enseñaron valores que nunca había conocido. Una de estas familias, especialmente, cambió mi vida. Fue allí donde conocí a la mujer que se convertiría en mi esposa. Su alegría y su bondad iluminaron mis días, y su risa se convirtió en un refugio del dolor que había experimentado.
A medida que pasaba el tiempo, nuestro amor floreció, y formamos una hermosa familia. Tuvimos hijos e hijas, y por un tiempo, todo parecía marchar bien. Yo trabajaba arduamente, creando artesanías que se convirtieron en nuestro sustento. Pero a medida que crecía mi familia, también lo hacía mi dependencia del alcohol. Aunque había dejado atrás los solventes, el alcohol se convirtió en mi compañero oscuro, ocultando las heridas que aún llevaba dentro.
El verdadero giro de mi vida llegó cuando, debido a circunstancias fuera de mi control, me vi obligado a separarme de mi familia durante 17 años. Al regresar, el reencuentro fue doloroso. Mis hijos ya eran adultos, y el tiempo perdido había creado una barrera entre nosotros. Sentí su rechazo, las burlas y el juicio por haber estado ausente. La culpa me consumía, y en lugar de enfrentar mi dolor, caí más profundo en la adicción. Mi consumo de cristal se intensificó hasta el punto de buscar en la basura para alimentarme.
Fue un ciclo oscuro hasta que una de mis hermanas, preocupada por mi estado, me buscó y decidió ayudarme. Me llevó a un centro de rehabilitación, donde comencé a ver un rayo de esperanza. Pero el verdadero cambio llegó cuando conocí Narconon, un lugar donde finalmente encontré la ayuda y el apoyo que necesitaba. Allí, me enseñaron a enfrentar mis demonios, a trabajar en mi recuperación y a reconstruir mi vida.
El camino no ha sido fácil. Sé que la sobriedad no se logra en tres meses; es un trabajo constante y arduo. Pero gracias a la dedicación de quienes me rodean y a mi propio esfuerzo, he recuperado mis sueños perdidos, mi salud y, sobre todo, mi paz interior.
“Hoy, miro hacia atrás y me siento agradecido por la segunda oportunidad que me ha dado la vida”.
Hoy, miro hacia atrás y me siento agradecido por la segunda oportunidad que me ha dado la vida. A todos aquellos que luchan con la adicción, les digo: no duden en buscar ayuda. Narconon existe para brindar una nueva oportunidad. Si yo pude cambiar mi vida, tú también puedes.
A.M., Graduado Narconon Navojoa