Sucedió un milagro cuando estaba a punto de morir

uomo felice
(Foto de Jaromir Chalabala/Shutterstock.com)
 

Javier de 21 años transitaba por el periférico de Navojoa, Sonora; fue a comprar mandado en la moto que le compró su papá. En algún cruce venía de lejos una camioneta, cuando él da vuelta la camioneta no frenó, pasó al mismo tiempo y lo aventó, dicen que ocho metros. Quedó escondido entre dos carros y la moto adelante. La camioneta se dio a la fuga. Supieron que allí estaba porque un vecino salió y escuchó sus quejidos; se acercó y lo encontró desangrado allí entre los carros. Lo llevaron al hospital donde cambió su vida radicalmente.

Imelda, su madre, nos cuenta la historia de Javier Alejandro, su bebé. “Cuando iba en tercero de secundaria, yo trabajaba en una fábrica para ayudar a la economía familiar. Su papá también trabajaba. Cuando tenía 15 años empezó a vender drogas, yo no lo sabía. Donde nosotros vivíamos eso lo hacen muchos jovencitos. En un principio no las consumía, pero una cosa lleva a la otra y comenzó a drogarse a los 16 o 17 años”. A continuación, su testimonio.

Un chamacón muy inteligente y amoroso

Javier fue un niño muy grande, un chamacón. Siempre fue muy inteligente y amiguero, a todo el mundo le caía bien. No necesitaba estudiar mucho, todo lo retenía en la mente. Su maestra me lo decía, casi no tomaba apuntes y cuando le preguntaban algo, siempre tenía la respuesta correcta. En opinión de la maestra, no necesitaba estar metido en los libros, era muy inteligente.

Creció con muchos videojuegos, heredando el gusto de su papá. Y yo le decía: ¿por qué no canalizas esa inteligencia para otra cosa? Y se me quedaba viendo. Era muy amoroso y juguetón. Tenía colección de carritos, más de 200, de los Hot Wheels. También tenía sus monos de Max Steel, que en aquella época se jugaba con ellos. Eso sí: no le gustaban mucho los deportes, era feliz con sus videojuegos y jugando con los chamacos de la colonia.

Le gustaban mucho los taquitos de frijol, la sopita de fideos en caldo, con queso fresco y las quesadillas. Era feliz desayunando huevos. Se acababa una cartera de huevos en la semana y no quería comer otra cosa. Casi no tomaba refresco, porque era, igual que yo, muy cafetero.

Escuchaba la música de Carín León, Valentín Elizalde y Calibre 50. Bien vivo, porque cuando quería algo, siempre me dedicaba la canción “Siempre te voy a querer” (Calibre 50). No le fallaba, cuando yo la escuchaba le decía: hay Javier, algo quieres. “¿Qué te parece si pedimos una nieve o una pizza?”.

Era muy ocurrente y generoso. Se quitaba la comida para dársela a alguien más. No comía solo, siempre quería compartir con los demás. Una vez que íbamos para Huatabampo, pasando por un restaurant, había una persona pidiendo dinero o comida. Javier me dijo que tenía hambre, que quería un sándwich. “Javier, acabas de desayunar en la casa”, pero tengo hambre, dijo. Y al rato regresó sin nada. Le compré el sándwich y vi que salió y regresó sin nada. “¿Ya te comiste el sándwich?”. No, se lo regalé al señor que está ahí afuera, porque él tenía hambre. Siempre fue así. Es algo con lo que yo me quedo de Javier: entre más das, más recibes.

A la prepa no quería entrar, estuvo un semestre nada más y se salió. Era muy noviero; aunque gordito y grandote, medía más de 1.92 metros, pero tenía su pegue. De tez blanca, cabello rizado oscuro, ojos grandes; para mi muy guapo, además de buen hijo.

La gente decía que mis dos hijos se parecen mucho a su papá; mi hija tiene además el carácter de él, pero mi hijo, tenía mi corazón, mi forma de ser, quizás por eso siempre estamos juntos.

No me quiero drogar, ayúdame

Al final de sus estudios de secundaria las malas influencias lo invitaron a la venta de drogas. En un principio no las consumía, pero una cosa lleva a la otra. Por desgracia, el papá de mi hijo también tenía ese problema, así que decidió ingresar a Narconon para rehabilitarse y sí se curó. A la fecha lleva una vida libre, limpia, pero nuestra familia se vio muy afectada por las complicaciones de aquellos tiempos. Desafortunadamente nos divorciamos.

Es como si la familia completa nos hubiéramos divorciado, porque mi hija empezó a irse con su papá más tiempo, mientras que Javier se quedó conmigo. En aquel tiempo tuvimos muchas dificultades, porque mi hijo estaba consumiendo y en su desesperación necesitaba dinero; yo sabía para qué lo quería y no se lo daba. Acababa con la despensa, agarraba bolsitas y vendía a granel el jabón, el Suavitel y todo lo que podía. Andaba bien enganchado en las drogas pero eso sí, como persona era un amor. Siempre me decía: “Meya, no me quiero drogar, ayúdame, ya no sé qué hacer”.

Fue entonces que lo anexé en un lugar, porque no lo soportaba. Salió y se me descompuso y busqué ayuda en Narconon Sonora, donde había estado su papá. No tenía suficiente dinero, así que pedí ayuda a familiares, pero no tuve ese apoyo. No sé ni cómo le hice, pero yo lo ingresé. Lo amo, así que yo quería lo mejor para él. Y los resultados de que estuviera internado allí fueron maravillosos, fue un momento perfecto.

Una ocasión iba caminando rumbo a mi casa, regresando del trabajo. Casi me arrastraba de cansancio y Javier me vio y me preguntó qué tenía. Faltaba más de media cuadra para llegar y él dio grandes zancadas. “Me duele mucho la pierna” dije. ¿Te viniste caminando de tu trabajo? Asentí con la cabeza. Y qué bárbaro, como si nada me subió en los brazos como si fuera un costal de papas. “Javier, me vas a tumbar”. Nunca te voy a tumbar, yo siempre te voy a cargar y cuando seas una viejita, te voy a comprar una silla mecedora y te vas a sentar afuera de mi casa. Yo te voy a cuidar porque tú y yo siempre vamos a estar juntos, y me abrazó. Y sí, yo creo que siempre vamos a estar juntos.

Un aventurero desahuciado y un milagro

Javier ya se había recuperado de las adicciones, era muy aventurero, muy amiguero. En alguna ocasión un amigo lo invitó a pasear, le dijo: “vamos al corte de mota, para que me ayudes a cuidar a la gente” y se fue de vago. Pero no consumía porque ya había salido de la rehabilitación, así que regresó bien.

A su regreso sucedió el accidente en la moto. La camioneta lo aventó ocho metros, según dicen y huyó. El conductor nunca se dio cuenta que en la moto quedó enganchada la defensa de la camioneta con las placas. Entonces supimos que era un empleado de la Comisión que, por cierto, aún sigue en juicio, pues sus abogados lo han defendido pese a que dio positivo en alcohol y drogas.

Mi hijo estuvo en el Hospital General desde un 15 de diciembre, día del accidente, hasta febrero del siguiente año que decidimos trasladarlo al Sanatorio Lourdes. Los siguientes meses, hasta julio, iba todos los días a curaciones, porque estaban tratando de salvar su pierna. Le pusieron fierros en la cadera, en el fémur tenía una placa gigante. De la rodilla para abajo, clavos. Le injertaron piel y hueso, pero no funcionó.

Perdió mucha sangre. El especialista nos dijo que Javier tenía poco tiempo de vida, porque se le había contaminado la sangre; su riñón y su hígado ya no funcionaban. Para mí era muy doloroso ver cómo mi hijo estaba desecho. Cada vez que le hacían curaciones, me hablaba el doctor para que yo viera y lo único que veía era un pedazo de carne aplastada, molida con pedazo de hueso. Y el sufriendo. Cuando lo movíamos él gritaba, era doloroso y era mi bebé. Y entonces le pedí a Dios -no sé si hice bien o mal-, que si iba a sanar, si tenía una oportunidad de vida, que me lo dejara, que si no, se lo llevara porque no lo podía ver sufrir.

Una noche me invitaron las monjas al Sagrado Corazón de Jesús porque hicieron oraciones. Esa noche yo les hablé a familiares y amigos de Estados Unidos, Hermosillo, Tepic y Monterrey, para que todos al mismo tiempo iniciaran una cadena de oraciones. Y sucedió el milagro.

Cuando fue el especialista y le hizo exámenes de la sangre me llamaron y yo estaba espantada. Recuerdo que me dijeron que ya no tenía nada, que todo su cuerpo estaba funcionando como si nada, su piel estaba de color rosita. La recuperación de Javier fue un miagro, porque al otro día estaba bien.

El médico me dijo que esa parte ya la había superado, pero no era lo único que estaba mal. Siguieron muchas cirugías y curaciones con mucho dolor durante casi un año. Javier le preguntó al doctor si había posibilidades de que volviera a funcionar su pierna. Le respondió que era necesario un trasplante de hueso y que iba a pasar lo mismo; otros tantos meses sin asegurar posibilidades de éxito. Mi hijo dijo que no, que entonces le amputaran la pierna. Se cansó de tanto dolor.

“Se te puede poner una prótesis Javier, la que tú quieras, te voy a hacer una cirugía de tal manera que cuando te la pongan no te duela. Será una cirugía muy especializada, bonita”. Ah, pues mi tío tiene mucho dinero, le pediré que me compre dos, una de esas metálicas y otra con la que pueda usar zapatos, respondió Javier. Y le amputaron la pierna.

Fue muy emotivo cuando lo dieron de alta, lo subieron en una silla de ruedas y a la salida, llegaron todas las enfermeras y las monjitas con globos, así como si se tratara de un personaje, como de película. ¿Por qué vienen a verme?, dice Javier. “Porque te vamos a extrañar mucho”, respondió una de ellas. Eran puras muchachas y todas lo besuquearon y dijo: pues si me quieren mucho, vénganse todas. Y a todas las abrazó.

Esta historia continuará en la próxima entrega.

Las personas interesadas en recibir informes para la rehabilitación propia o de algún familiar, así como las empresas que deseen recibir asesoría preventiva en adicciones para sus grupos de interés, pueden comunicarse a través de distintas vías.

AUTOR

Alfonso Rodriguez

Secretario al Público Narconon Sonora

NARCONON NAVOJOA

EDUCACIÓN Y REHABILITACIÓN DE DROGAS