De las Sombras a la Luz: Mi Renacimiento en Narconon

Joel A., Narconon Staff

Mi infancia fue un tiempo de felicidad pura, de una inocencia tan profunda que mirando hacia atrás parece casi irreal. Crecí en Rosario Tesopaco, un pueblo tranquilo donde el tiempo parecía detenerse. Pasaba mis días jugando con trompos, corriendo por la tierra y cuidando caballos. Era el más pequeño de la familia, protegido por mis dos hermanas que me cuidaban con todo el amor del mundo. En ese pequeño paraíso, todo era sano, simple y sin malicia. Oía hablar de drogas y el solo sonido de esa palabra me aterraba. Sabía desde niño que eran algo peligroso y algo que jamás debía tocar.

Mi vida cambió radicalmente cuando, al llegar a 5º de primaria, tuvimos que dejar el pueblo. Mi madre había recibido un ascenso en su trabajo y nos mudamos a la ciudad. No entendía por qué debía dejar el lugar que amaba, el lugar que me hacía sentir seguro. Lloré, suplicándole a mi madre que no nos fuéramos, pero la vida tenía otros planes para mí.

La ciudad era un mundo completamente diferente. Los niños ya tenían teléfonos, veían televisión y sus familias tenían automóviles. Yo me sentía fuera de lugar. Fue en 1º de secundaria cuando tuve mi primer teléfono pero no por gusto, sino por necesidad. Fue entonces cuando el entorno empezó a influir en mi vida de maneras que nunca imaginé.

En 2º de secundaria las cosas comenzaron a cambiar de forma drástica. Mis amigos del barrio ya hablaban de drogas, los veía fumar marihuana, consumir alcohol, y poco a poco me dejé arrastrar. Empecé con el alcohol y el cigarro y luego, en un taller de carpintería hice una pipa. No me detuve a pensar en las consecuencias cuando probé marihuana por primera vez en esa pipa que yo mismo fabriqué. Al principio parecía inofensivo. Seguía yendo a la escuela, jugando béisbol, aparentando que todo estaba bien,pero por dentro, algo ya estaba roto.

Con el tiempo, la marihuana ya no fue suficiente. Probé cocaína pero pronto la cambié por cristal. Y fue ahí cuando mi vida se desmoronó por completo. El cristal me llevó al fondo. Dejé de llegar a casa me rodeaba de personas que solo me arrastraban más hacia el abismo. Me volví una persona agresiva, alguien que no reconocía. A mi madre le gritaba, y a mi padre, en un momento de ceguera, hasta intenté golpearlo. No veía el dolor que les causaba. No veía que la vida que estaba destruyendo no solo era la mía, sino también la de ellos.

Una madrugada, después de una fiesta, llegué a casa tambaleándome, bajo los efectos de las drogas. Y allí estaba mi madre, de pie en la ventana, rezando. Esa imagen se me clavó en el alma. No sabía cómo había llegado hasta allí, pero ver a mi madre, una mujer tan fuerte, tan amorosa, rezando por mí, me rompió el corazón. Me abrió la puerta con ternura y me mandó a dormir. Pero esa noche, no pude. Estaba tan afectado que la escuché llorar durante horas. Y fue entonces cuando algo dentro de mí empezó a cambiar.

Ya me habían ofrecido la ayuda de Narconon, pero siempre la rechacé, tenía miedo. Mi hermana mayor, a quien no veía desde hacía más de diez años, encontró este lugar mientras ayudaba a mi madre a buscar una solución. Mi mamá, en su desesperación, me amenazaba con internarme a la fuerza. Y yo, aterrado, dejaba de llegar a casa por días, temiendo ser anexado. Pero un día, después de mucho tiempo, me encontró de buen humor. Y hablamos. Me dijo que ya no era el hijo que conocía, que mi aspecto estaba deteriorado, que ya no convivía con la familia ni trabajaba. Sus palabras atravesaron mi corazón. Y luego me dijo algo que no olvidaré jamás: "Yo te ofrezco mi ayuda, pero tú tienes que querer". Esa fue la chispa que necesitaba. Sin pensarlo dos veces, acepté.

Así comenzó mi camino hacia la redención. El día que llegué a Narconon, el 6 de diciembre, sentía una mezcla de nervios y esperanza. Vi un video sobre el programa antes de llegar, y eso me tranquilizó. Ver que aquí haría deporte, que me desintoxicaría en un sauna, me dio algo de calma. Pero aún no sabía todo lo que vendría.

Los primeros días fueron duros, pero poco a poco empecé a sentir algo que no había sentido en mucho tiempo: claridad. El proceso de desintoxicación, tanto física como mental, comenzó a devolverme la vida que había perdido. Recuerdo que, al principio, me reía cuando alguien me sugirió que me quedara como staff. Pensé que era una locura, pero mientras avanzaba en mi programa, algo dentro de mí cambió. Empecé a ver el impacto que Narconon tenía en mí, y quise compartir eso con los demás.

Un día, con determinación, le dije a mi supervisor que quería quedarme como staff. Su respuesta fue sencilla: "Primero termina tu programa, y luego lo veremos". Eso me dio fuerzas. Me enfoqué en cada etapa, en cada paso, y cuando terminé, cumplí mi propósito. Me quedé como staff, y hoy puedo decir que fue la mejor decisión de mi vida.

“Ayudar a otros a salir de ese infierno es la mayor recompensa que puedo tener. Ver cómo los estudiantes se transforman, cómo vuelven a la vida, me llena de una alegría que nunca pensé volver a sentir”.

Mi vida ha cambiado por completo. Mi mamá ya no pasa las noches en vela esperando a su hijo. Hoy me espera con una sonrisa los días que descanso, para pasar tiempo juntos. Mi familia está orgullosa de mí, y sé que soy un ejemplo para mis sobrinos. Ayudar a otros a salir de ese infierno es la mayor recompensa que puedo tener. Ver cómo los estudiantes se transforman, cómo vuelven a la vida, me llena de una alegría que nunca pensé volver a sentir.

Hoy, además de estar limpio y con una vida nueva, me siento bendecido de formar parte de Narconon como staff. Aquí, no solo he encontrado un propósito, sino también una familia. Estoy profundamente agradecido con mis compañeros staff y directivos, especialmente con Gustavo, Iván, José Inés, Nora y Alfonso, quienes me han brindado su apoyo incondicional desde el primer día. El compañerismo que he encontrado aquí es algo invaluable. Trabajar en equipo, saber que estamos todos comprometidos en la misma misión, hace que cada día sea gratificante. Ver la transformación en cada estudiante y sentir que formo parte de ese cambio, me llena de orgullo y satisfacción. Hoy soy feliz, y Narconon es parte fundamental de esta felicidad.

J.A., Narconon Staff


AUTOR

Alfonso Rodriguez

Secretario al Público Narconon Sonora

NARCONON NAVOJOA

EDUCACIÓN Y REHABILITACIÓN DE DROGAS